Tristeza por correo aereo


Hace unos días recibí una carta de uno de los dos niños que tengo apadrinados. Siempre me encanta recibirlas, es el pequeño gesto egoísta que toda acción tiene: la satisfacción personal. He de decir, en mi descargo, que yo también les escribo cada mes a los dos, cartas coloridas y divertidas... y en descargo de la Ong (ayuda en acción, en este caso) y dedicado a aquellos que ponen en duda la verdad de estas cosas: que hay una reciprocidad en las cartas, ellos contestan a cosas que les pregunto, con lo cual sé que leen (o les leen) las que yo envío.

Lo cierto es que, como digo, siempre me da una sensación inmensa de paz el ver una carta de estas en el buzón. La niña, de Perú, casi siempre me habla del Santo que veneran en su localidad y sobre cosas religiosas. El niño, de Vietnam, hasta ahora siempre me había hablado de su familia y la escuela, y me mandaba collages y dibujos de su casa. Y digo hasta ahora, porque con la última carta, la sensación de paz desapareció y la sustituyó una angustia permanente. Éste es el dibujo que me mandó:




¡¡Un Tanque!! Un niño de 8 años dibujando un tanque. ¿No es acaso una de las cosas más tristes que jamás hayáis visto? Los niños no pueden perder tan pronto la inocencia, los niños tienen que dibujar casas, deportistas, paisajes... pero no tienen que plasmar la guerra en un papel. Y hoy no puedo culpar a la tele. Es cierto que la infancia está muy perudicada por imágenes que ven a diario de muertes, guerras, sufrimiento y pelandruscos/as que venden su vida de plató en plató. (Demos gracias por Disney Channel!) Pero este niño, no ha visto un tanque en la tele ni en el cine... Eso es lo más desolador.
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¿Y quién soy yo para decir cómo soy? Uno nunca deja de conocerse, y ahí está lo interesante de todo: la incertidumbre de qué, cómo, quién será... Eso lo dejo a vuestro libre albedrio.

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